viernes, 23 de mayo de 2008

Hacia dónde se orienta la bronca

Reflexiones, por Hernán Lascano
Diario La Capital

Nos enojamos con el crimen del taxista y está bien. Ha muerto un trabajador de una forma cruenta e injusta. Pero el enojo no nos hace necesariamente más sensibles ni más sensatos. Ni nos pone más cerca de las soluciones.

Una de las fuentes del mayor malestar social son las cosas que no pueden ser dichas o que no pueden ser escuchadas. Acá va una de esas cosas ingratas a los oídos: la eliminación definitiva de situaciones trágicas, como el homicidio de Sergio Oberto, no existirá. No la esperemos. Aunque se hagan mil paros generales. Aunque se construyan mil cárceles. Aunque se ponga un policía por cada una de las 18 mil manzanas que tiene el municipio. Mejor no acunar ese sueño. Nunca vendrá.

Lo que sí puede hacerse, y hacia allí tiene sentido orientar la bronca y los reclamos, es reducir los daños actuando sobre la estructura que provoca algo tan condenable y tan triste. Para que estas situaciones, que no desaparecerán, se vuelvan más infrecuentes, menos posibles. El debate de medidas defensivas para el trabajo de los choferes (tarjetas prepagas, unidades con blindex, control satelital, corredores seguros nocturnos) es urgente y bienvenido. Pero ningún gobierno podrá garantizar que en una ciudad, con la complejidad de una sociedad de semejante escala, nunca más habrá tragedias como esta. Por lo que motivo de enojo habrá siempre.

Las muertes más resonantes y recientes de seis choferes ocurridas en Rosario (los taxistas Poremba, Paolucci y Aldana, los remiseros Avila y Zerpa, el camionero Guglielmetti) tienen un denominador común: quienes las causaron eran personas de extrema pobreza, sin instrucción, con adicciones a drogas, sin perspectiva, abandonadas. Exponer esto no implica disculparlos. Simplemente resulta significativo mostrar los matices compartidos del entorno donde surgió la violencia, para preguntar si no será que habrá que actuar allí donde se gestan las conductas que hoy nos duelen tanto.

Y no se trata de un problema de leyes que no se aplican o de impunidad. Por cinco de los seis casos expuestos hay personas detenidas, tres condenadas con altas penas. Pero los que ayer atacaron a Sergio Oberto de eso no se enteraron. Y si lo sabían no los frenó. Esto quiere decir que aunque la cárcel sea el lugar donde deben estar los que hacen estas cosas, si estas cosas siguen pasando pese a la cárcel, lo mejor es cambiar de libreto, porque la cárcel no previene hechos nuevos.

Para reducir los daños de la inseguridad fortalecer la prevención ayuda. Pero un vidrio grueso o un seguimiento satelital harán que el delito, en el mejor caso, desplace su objetivo. En tal caso lloraremos a víctimas de otros rubros. Eso seguirá pasando mientras a 30 cuadras del centro se abra un paisaje muy visible habitado por niños que consumen drogas, que no van al colegio, que no tienen garantizado alimento y cuyos padres no tuvieron trabajo. Estos pibes generan catástrofes porque viven estructuralmente en ella. Decirlo no es un acto compasivo ni, mucho menos, de tolerancia a sus acciones. Es una constatación.

Ahora que se puso de moda, ahora que viene el acto del 25 de Mayo, tal vez pueda pensarse más oportunamente de qué tipo de urgencias hablamos al hablar de distribución del ingreso. Aunque no haya solución definitiva ni escenarios ideales: hace seis meses en Madrid, una de las ciudades de mayor seguridad e ingreso per cápita de Europa, degollaron a un taxista en pleno trabajo. Casualmente era argentino.

El día de su discurso inaugural a la Legislatura Hermes Binner dijo: "Sin promesas fáciles ni tentaciones demagógicas, combatiremos el delito". Pareció auspicioso porque hasta ahora, es cierto, hubo mucho de eso. No hacer demagogia consiste en cambiar en serio la realidad de ese desierto de pobreza de donde suele venir —azotando a los que la reproducen luego— esa violencia que nos aflige tanto. Porque nadie está seguro si otros no lo están. Es una tarea angustiante, dura y, aunque nos llene de contrariedad, de resultados no inmediatos. El gobierno, que lo anote, tendrá que rendir cuentas por eso.

La verdad exige mirar a los ojos lo que nos angustia: aunque deseamos con fervor lo contrario, intuimos que es improbable que la muerte de Sergio Oberto sea la última. Pero la ofrenda de su ilustre vida de hombre común, que según su esposa contó ayer pasó mucho tiempo desocupado, ojalá sirva para que gobierno y ciudadanos constatemos que no es posible construir paraísos de bienestar sobre infiernos sociales. Las víctimas y victimarios suelen estar muy cerca. Casi del mismo lado.

http://www.lacapital.com.ar/contenidos/2008/05/23/noticia_5020.html

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